Expulsados de Granadilla por Franco: la historia de un pueblo expropiado
- Que en 1950 se publicara la ampliación de un embalse en el norte de Cáceres iba a cambiarle la vida a miles de personas. A aquellas que vieron cómo el agua sepultaba sus viviendas y a aquellas que el agua no llegó a engullir sus calles, pero vieron como sí desaparecieron sus vidas tal y como las conocían hasta el momento. Ese es el caso de Granadilla.
Exiliados de Granadilla por decreto de Franco: la historia de un pueblo expropiado
Amanece en Granadilla, un pueblo de calles empedradas, casas bajas con, como mucho, una planta superior, abrazado por una muralla y capitaneado por un majestuoso castillo del siglo XIII. En este pueblo familiar del norte de Cáceres reina la calma. En una de esas calles, frente a la iglesia, está Emilio que, con 6 años, cada mañana se levanta y atraviesa todo el núcleo urbano hasta llegar al portón del castillo. No lo hace solo, va tirado por su cabra. Tirado porque, con su poco peso y altura, el animal prácticamente le arrastra calle arriba. Bajo un árbol de grandes dimensiones que guarda la entrada al pueblo le espera todos los días un pastor. Él se encarga de cuidar al animal toda la jornada. Emilio, mientras tanto, va a la escuela.
Es 1954. En esa misma escuela, años antes, María Dolores Domínguez había aprendido a hacer operaciones, a escribir y a realizar las labores del hogar. Su profesora Meri Giménez solía darles clase en su casa, pero cuando el sol apretaba y hacía calor era un día diferente en la escuela de Granadilla. La maestra los llevaba a un lateral de la iglesia a dar clase al aire libre. «Fui una niña feliz en Granadilla», dice María Dolores. Ahora ella tiene 84 años, los mismos que Ubaldo López, seis menos que Emilio y ninguno de los tres vive en el pueblo que los vio crecer.
Granadilla el pueblo al que sus habitantes quieren volver
Ubaldo repasa junto a laSexta su niñez en Granadilla. Una niñez muy buena, «como cualquier otra de la época», dice, pero a él lo sacaron muy pronto de la escuela: «Casi ni me dio tiempo aprender a sumar y restar». Tuvo que ayudar en la casa y ponerse a labrar la tierra. Luego consiguió un trabajo cerca de donde vivía, como barquero de la Confederación Hidrográfica del Tajo ayudando a cruzar a los vecinos de pueblo en pueblo por el río Alagón.
Llegado 1955, el Consejo de ministros de Francisco Franco acordó la expropiación del municipio de Granadilla. Franco quería retomar las obras del embalse de ‘Gabriel y Galán’ y, para ello, decretó Granadilla como zona inundable. Una zona inundable que nunca llegó a cubrirse por el agua, ni siquiera cuando el pantano estaba a completa capacidad. «Normal», dicen los vecinos, porque quien conozca Granadilla sabe que eso es prácticamente imposible: se encuentra en lo alto de un cerro.
Los que allí moraban comenzaron a recibir unas cartas que les avisaban de que les quedaba poco tiempo en el pueblo. «Va a desaparecer», les decían. «Fue una pena muy grande para todos», dice María Dolores. «¿Te imaginas que un día te dicen que te van a quitar la casa y te tienes que ir?» Son las palabras de Emilio, que suscribe igualmente Ubaldo: «Se pasó mal. Muy mal».
Muchos de los vecinos comenzaron a hacer las maletas y marcharse con toda la casa a cuestas. Un pueblo que era cabeza de partido judicial, con más de 1.100 habitantes, empezaba a difuminarse en la historia. Les citaron para levantar las actas de expropiación de sus fincas y casas, que años más tarde acabarían mal pagadas y a destiempo. «Era imposible reconstruir la vida porque no teníamos dinero«, dice Emilio.
Alguno de ellos acabó muriendo de tristeza»
Ubaldo recuerda cómo cada vez que una familia salía del pueblo «era como si estuviéramos de entierro. Todo el mundo salía a las puertas de sus casas, llorando, a despedir a los que tantos años habían sido sus familias y vecinos. Durísimo. Y duele». Él fue el último en abandonar Granadilla. Se encargó, con su barca, de ayudar en las mudanzas de todos. La barca iba rebosante de muebles, tractores, maletas y cargada también de sueños rotos, tristeza y desolación. Se dirigían hacia Alagón del Caudillo, ahora llamada Alagón del Río, donde les iban a ubicar en diferentes barracones. «La gente no podía con la pena, tal es la prueba que alguno de ellos acabó muriendo de tristeza a los pocos días de llegar«, destaca Ubaldo.
En Alagón del Caudillo se instaló la familia de Emilio, que vivió durante 6 años entre esas paredes finas y que parecían quebrarse. Todos en una misma estancia. Sus abuelos y tíos fueron a otro barracón, pero era una suerte que no todos lograron. Allí pudieron aguantar hasta que su padre consiguió trabajo en Madrid. Cogieron de nuevo sus muebles y se marcharon hacia la capital.
Algún día tú también sufrirás el marchar de Granadilla»
María Dolores no llegó a estar en Alagón. Sus padres salieron antes de tiempo del pueblo y se mudaron a Salamanca. A su familia le llegaron a ofrecer 400.000 pesetas por su casa y un terreno que tenían fuera de las murallas del pueblo, actualmente se corresponderían con 2.404 euros, pero ella dice que el pago «no estaba mal para la época que se vivía. Eran muy malos años». De todos modos, consideraron que ese precio no era suficiente.
El pago se realizaba en 3 partes: un primero con el 50 por ciento, un segundo que se aproximaba al 90, y un tercer pago con el resto del dinero. Ella y su familia denunciaron al Gobierno porque el precio acordado, para ellos, no era justo. «Yo también soy de las rebeldes», le dijo a un amigo que le preguntó si ellos habían ido en contra. «¿Por qué luchar por más?», le preguntó ella a uno de sus vecinos. A lo que él le contestó: «Estas piedras que te vieron dar los primeros pasos cuestan mucho. Algún día tú también sufrirás el marchar de Granadilla«.
A la hora de marchar, un muchacho que estaba recogiendo agua del pozo llegó vociferando: «Hay un cartel en la entrada del pueblo que reza que, si hay una sola silla en el interior de cada vivienda, esa vivienda no será pagada». Su padre recibió al ingeniero jefe, más conocido como ‘el Sillero’ y le dijo: «Con pistola en mano recibiré a quien quiera echarme de mi casa«.
Días después avisaron de que Licinio de la Fuente, ministro durante la época franquista, iba a visitar el pueblo. María Dolores junto con una vecina se vistieron con el traje típico extremeño para recibirle y ella le preguntó por el escrito de la silla. Licinio de la Fuente dijo: «Yo, joven, solo soy un mandado. Dejen lo que quieran dentro de casa que se pagará todo».
Desde 1960 se vivió una época extraña. El representante del Gobierno notificó a los vecinos que a partir de entonces las fincas y el pueblo se consideraban ocupadas legalmente por la Administración del Estado, sin derecho alguno de reclamación. Y, entonces, los vecinos vivirían una paradoja. Los propios dueños de esas tierras y casas tenían que pagar una renta a la Confederación Hidrográfica del Tajo para poder hacer uso de ellas. Desde la expropiación de Granadilla, el pueblo pasó a estar adscrito a la Confederación Hidrográfica del Tajo y en 2007 pasaría a depender de Parques Nacionales.
«Fue una tragedia griega, una salvajada. No dejaron ni cumplir el último sueño de la gente que era descansar en paz», así lo relata Eugenio Jiménez, vecino de Granadilla desde 1947. Con sus palabras se refiere a que fueron expulsados del pueblo tanto vivos como muertos. El cementerio que pertenecía a Granadilla iba a inundarse de forma inminente y, por ello, tuvieron que trasladar los restos de sus familiares hasta un nuevo cementerio fuera del casco urbano.
Fuimos expulsados de Granadilla y queremos cerrar el círculo»
La lucha anual que llevaban los vecinos de Granadilla no era solo por recuperar sus viviendas, sino también por recuperar el espacio del cementerio que les correspondía. Los vecinos de Granadilla quieren volver a descansar eternamente en su pueblo, donde nacieron, donde crecieron. «Es cuestión de cerrar una cadena. Fuimos expulsados de Granadilla y queremos cerrar el círculo», recalca Eugenio.
Eugenio se ha encargado durante todos estos años de reparar el daño causado. Creó una asociación llamada ‘Hijos de Granadilla’ para poder demostrarle al mundo que los vecinos de este pueblo fueron arrancados de sus raíces. Se movilizó de tal modo que le escribió hasta al Rey para recuperar Granadilla. Ahora, 62 años después, se conforma con poco: «Que nos dejen tener una casa dentro del pueblo para nosotros, para los vecinos, y que se dé a conocer nuestra historia. Queremos que puedan disfrutarlo todo el mundo; Granadilla es de todos, pero también nuestra».
En 1980 Granadilla comenzó a ser restaurada. Primero fue su castillo, que se encontraba en malas condiciones por culpa de las lluvias. La villa fue declarada Conjunto Histórico-Artístico.
Fue en 1984 cuando Granadilla, junto a otros pueblos como Búbal y Umbralejo, fue incluida en el proyecto de Recuperación de Pueblos Abandonados perteneciente al Gobierno. Desde entonces, alumnos de toda España viajan hasta Granadilla para reconstruir sus calles y casas. «A mí me gusta el proyecto, es bonito y si no lo hicieran se perdería definitivamente», dice María José. Ubaldo comparte lo bonito del proyecto, pero le gustaría que hubieran contado con los vecinos de allí para reconstruir sus propios muros. Para Eugenio, en cambio, es una incongruencia que jóvenes de toda España puedan dormir en la que un día fue la casa de sus vecinos, pero quienes fueron sus dueños no.
Fuente* La Sexta TV.
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